de carcelera ebria.
Me pides un cigarro.
Lo enciendo metido entre tus labios.
Se ilumina levemente tu rostro,
envuelto en su neblina miserable.
Empiezas a bajarme el cierre del pantalón.
Me manoseas bruscamente la verga,
adelante y atrás,
apretando fuerte para endurecerla.
Te volteas,
subes diez centímetros tu estúpida falda,
sigues fumando.
–¡Cógeme!- Ordenas reina en tu imperio.
Acercándose,
una sirena de muerte o delito,
brama con prisa.
Obedezco.
Violento, de una sola cuchillada,
me hundo hasta el fondo de tu panocha caliente y nocturna.
–Dime que soy tu puta-
Eres mi puta y yo soy tu pendejo,
no dejo de pensarlo.
Sigo con los dedos incrustados en tus nalgas,
en la violencia del rítmico “mete – saca”.
Duro,
fuerte,
como sé que te gusta.
Sigues fumando recargada en el contenedor de la basura.
Ruidos oxidados al menearse con el ritmo.
Husmean los perros hambrientos la calle de San Pablo y las ratas pasean sin temor junto a los zapatos.
Una hálito de humo sale de tu boca.
Se oye tu podrido gemido de aparente satisfacción.
- ¡Quítate ya, cabrón! –
Vuelves a ordenarme.
Me quito.
Bajas tu falda.
Te alejas con el tabaco encendido,
a punto ya de terminarse.
Casi caen las últimas cenizas a la basura.
Antes de salir del callejón,
le das una última chupada,
lo arrojas al piso y la suela de tu zapatilla negra hace lo demás.
Intentas una mirada de reojo pero no la forjas.
Expeles por última vez su tóxico veneno y desapareces,
dejándome tieso y con las bolas adoloridas en la bruma de la noche.
Autor: Fernando Álvarez Gómez
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