viernes, 22 de junio de 2007

El cigarro

Vienes con tu sórdida risita
de carcelera ebria.

Me pides un cigarro.

Lo enciendo metido entre tus labios.

Se ilumina levemente tu rostro,
envuelto en su neblina miserable.

Empiezas a bajarme el cierre del pantalón.
Me manoseas bruscamente la verga,
adelante y atrás,
apretando fuerte para endurecerla.

Te volteas,
subes diez centímetros tu estúpida falda,
sigues fumando.

–¡Cógeme!- Ordenas reina en tu imperio.

Acercándose,
una sirena de muerte o delito,
brama con prisa.

Obedezco.

Violento, de una sola cuchillada,
me hundo hasta el fondo de tu panocha caliente y nocturna.

–Dime que soy tu puta-

Eres mi puta y yo soy tu pendejo,
no dejo de pensarlo.

Sigo con los dedos incrustados en tus nalgas,
en la violencia del rítmico “mete – saca”.


Duro,
fuerte,
como sé que te gusta.

Sigues fumando recargada en el contenedor de la basura.
Ruidos oxidados al menearse con el ritmo.

Husmean los perros hambrientos la calle de San Pablo y las ratas pasean sin temor junto a los zapatos.

Una hálito de humo sale de tu boca.

Se oye tu podrido gemido de aparente satisfacción.

- ¡Quítate ya, cabrón! –
Vuelves a ordenarme.

Me quito.

Bajas tu falda.

Te alejas con el tabaco encendido,
a punto ya de terminarse.
Casi caen las últimas cenizas a la basura.

Antes de salir del callejón,
le das una última chupada,
lo arrojas al piso y la suela de tu zapatilla negra hace lo demás.

Intentas una mirada de reojo pero no la forjas.

Expeles por última vez su tóxico veneno y desapareces,
dejándome tieso y con las bolas adoloridas en la bruma de la noche.



Autor: Fernando Álvarez Gómez

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