viernes, 22 de junio de 2007

Ellas

Cabelleras,
puñados de noche y mineral,
filtrando el dolor,
oscureciendo toda luz ajena a sus caricias.

Avanzan trémulas y sigilosas entre brumas solares,
se funden en eterno abrazo,
se actualizan en besos imperiosos sobre la boca de su amante,
incrustan las uñas en sus cálidas espaldas,
despiertan gigantes dormidos,
muerden y recorren ávidas sus cuellos de porcelana.

La piel se levanta vencedora sobre la tela.

Se inicia una marea de olores,
desaparecen segundo a segundo,
paredes, números y letras;
manos calientes se abren camino
transitan cíclicas el otro cuerpo.

Cada lengua surca ligera
todo límite y sus dilataciones,
recorren la fantasía que se vuelca en ansiedades,
se agitan lentamente,
reviven,
se convierten en un hoy perpetuo,
se eternizan lamiendo los pezones de carne turgente,
el sexo se vuelve líquido,
traslúcido.

Los muslos se acoplan,
se acompañan los latidos,
reinicia la indestructible lucha de los cuerpos desnudos en el delirio.

Transitan,
contraen el tiempo,
simplifican el espacio;
entre sus labios,
clítoris endurecidos,
implacablemente vivos.

Se sumergen en la tibiedad de sus cuevas infinitas,
con dedos palpitantes traspasan sus nalgas,
sus vaginas doradas
hacen brillar estrellas al medio día.

Dulce agonía en sus gemidos,
y la miel y la sal siguen fundiéndose en los poros.

Ellas en luminoso torbellino,
como marea nocturna de la mar.


Autor: Fernando Álvarez Gómez

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