sábado, 30 de junio de 2007

El reloj

Hay un reloj en mi recámara
que nunca marca la hora exacta.

No le importan los tiempos que lo visten
ni los destiempos que lo calzan.

Ninguna esperanza se forja en sus frágiles agujas.

Desde el rincón atisba con su mirada de ciego,
con las manecillas rotando a cada lapso
sin saber nada
una tras la otra
tras la otra.

Quizá sea ése su destino:
girar y girar y girar
sin saber jamás ninguna cosa.

Se mueve, sí,
con su compás rítmico
monótono
cándido
y se pudre agotando su inútil tiempo.

Lo vigilan los doce números inertes en el segundo plano,
planos
ajenos a su rigurosa danza de simetría circular.

Nadie puede ayudarlo
la movilidad eternamente fija
cualidad de órgano vivo pero inconsciente
ya no lo abandona.

Un minúsculo perímetro es todo su horizonte
tratar de huir y volver, puntual
siempre al mismo sitio
fugitivo incomprendido.
En la tristeza de su ritual
se esconde la muerte.
tic---tic---tic---tic---tic---tic---tic---tic---tic---tic---tic---tic---tic---tic---tic---tic---tic---tic---tic---tic---tic.


Autor: Fernando Álvarez Gómez

Creación

Camino examinando huesos enterrados
para formarte un nuevo cuerpo.

Con trozos de membrana
y antiguos minerales bajo la tierra,
integro la argamasa
y revelo tu forma novedosa.

Hebras discontinuas del carrizo de bambú oriental,
fundan la totalidad de tu cabello rojizo.

En la piel,
bastará la pluma de una gaviota muerta sobre la espuma del mar,
desprendida de su esencia alada,
siempre pálida,
casi transparente.
Piel invisible,
inasible,
piel del canto con que te canto.

Para tus manos,
un soplo de viento por la tarde,
aire espléndido silbando besos
en arritmia de muerte lenta.

Sobre tu mirada,
luz mortecina de flujo aéreo.
Alba apenas de colores.

Breve sutileza entre los dedos,
ilusión perdida que va y vuelve
con inagotable vocación de péndulo.

Una palabra,
nacimiento preciso en la voz,
que te pronuncia con las letras de un nombre que no te nombra.

Vientre y senos,
frutos cítricos
amargos como el dolor y el olvido.

Todos mis ríos detenidos en el denso mar de tu sexo.

Voz y aire y gota de agua.
Cristal regándose en el piso.

Mujer simple de hueso, de hueso simple,
carne y mineral común,
como la esencia de un minúsculo universo.


Autor: Fernando Álvarez Gómez

viernes, 22 de junio de 2007

La cocina

Llego nocturna sombra y busco el alimento en la cocina.

Una olla de barro me responde con su eco vacío,
entre tumultos de quietas sartenes.

Avanza el hambre, incesante avanza.

Verifico la transparencia del agua en su cárcel de vidrio.
Un cíclope monstruoso me mira por el otro lado.
Dejo de mirarlo y se va.
Se adhiere una cuchara a mis dedos
y me habla de su desdicha metálica policromada.

Es la cualidad de cuencos como manos
lo que me impresiona de los platos.

El tizne impregnado en la cacerola,
realza infinitas formas de negro estallido.
Dentro,
seis frijoles danzan aferrados a su dureza.

Voces ansiosas llaman desde su ocaso en mi garganta.
Ningún quemador de la estufa me responde.

Petrificados en su función de rostro esculpido, inerte,
los trastos ignoran todo sobre vísceras y apetito.

Sobre la mesita de madera,
el tenedor se enemistó con la carne,
eriza sus cuatro dedos orgullosos y se aleja para siempre.

Levanto una tapadera dolorosa
que olvidó en el tiempo su borde circular,
y la perfección de su cubierta de peltre azul.

Solo nuevos huecos encuentro.

Buscando el calor de la tortilla de maíz sobre el comal
en idilio salado y picante,
traduzco su sabor milenario en mi paladar,
revelo el enigma del alimento
y me admiro de su incipiente consistencia.

Una taza me mira,
se arroja precipitada y homicida al piso amurallado.
Lamenta no tener nada que ofrecer sino su muerte.

Agradezco no querer morir por ahora,
mientras se cuele como ladrona esta sensación de oquedad,
aquí,
arribita del ombligo,
hasta adentro,
tal vez esté vivo.


Autor: Fernando Álvarez Gómez

Ellas

Cabelleras,
puñados de noche y mineral,
filtrando el dolor,
oscureciendo toda luz ajena a sus caricias.

Avanzan trémulas y sigilosas entre brumas solares,
se funden en eterno abrazo,
se actualizan en besos imperiosos sobre la boca de su amante,
incrustan las uñas en sus cálidas espaldas,
despiertan gigantes dormidos,
muerden y recorren ávidas sus cuellos de porcelana.

La piel se levanta vencedora sobre la tela.

Se inicia una marea de olores,
desaparecen segundo a segundo,
paredes, números y letras;
manos calientes se abren camino
transitan cíclicas el otro cuerpo.

Cada lengua surca ligera
todo límite y sus dilataciones,
recorren la fantasía que se vuelca en ansiedades,
se agitan lentamente,
reviven,
se convierten en un hoy perpetuo,
se eternizan lamiendo los pezones de carne turgente,
el sexo se vuelve líquido,
traslúcido.

Los muslos se acoplan,
se acompañan los latidos,
reinicia la indestructible lucha de los cuerpos desnudos en el delirio.

Transitan,
contraen el tiempo,
simplifican el espacio;
entre sus labios,
clítoris endurecidos,
implacablemente vivos.

Se sumergen en la tibiedad de sus cuevas infinitas,
con dedos palpitantes traspasan sus nalgas,
sus vaginas doradas
hacen brillar estrellas al medio día.

Dulce agonía en sus gemidos,
y la miel y la sal siguen fundiéndose en los poros.

Ellas en luminoso torbellino,
como marea nocturna de la mar.


Autor: Fernando Álvarez Gómez

El cigarro

Vienes con tu sórdida risita
de carcelera ebria.

Me pides un cigarro.

Lo enciendo metido entre tus labios.

Se ilumina levemente tu rostro,
envuelto en su neblina miserable.

Empiezas a bajarme el cierre del pantalón.
Me manoseas bruscamente la verga,
adelante y atrás,
apretando fuerte para endurecerla.

Te volteas,
subes diez centímetros tu estúpida falda,
sigues fumando.

–¡Cógeme!- Ordenas reina en tu imperio.

Acercándose,
una sirena de muerte o delito,
brama con prisa.

Obedezco.

Violento, de una sola cuchillada,
me hundo hasta el fondo de tu panocha caliente y nocturna.

–Dime que soy tu puta-

Eres mi puta y yo soy tu pendejo,
no dejo de pensarlo.

Sigo con los dedos incrustados en tus nalgas,
en la violencia del rítmico “mete – saca”.


Duro,
fuerte,
como sé que te gusta.

Sigues fumando recargada en el contenedor de la basura.
Ruidos oxidados al menearse con el ritmo.

Husmean los perros hambrientos la calle de San Pablo y las ratas pasean sin temor junto a los zapatos.

Una hálito de humo sale de tu boca.

Se oye tu podrido gemido de aparente satisfacción.

- ¡Quítate ya, cabrón! –
Vuelves a ordenarme.

Me quito.

Bajas tu falda.

Te alejas con el tabaco encendido,
a punto ya de terminarse.
Casi caen las últimas cenizas a la basura.

Antes de salir del callejón,
le das una última chupada,
lo arrojas al piso y la suela de tu zapatilla negra hace lo demás.

Intentas una mirada de reojo pero no la forjas.

Expeles por última vez su tóxico veneno y desapareces,
dejándome tieso y con las bolas adoloridas en la bruma de la noche.



Autor: Fernando Álvarez Gómez